POR VANINA ESCALES ABR 19, 2020


Sensei Covid es el maestro de la revelación a través del silencio. Ilumina zonas de la existencia construidas a la sombra de opresiones más o menos explícitas y naturalizadas con indolencia. A diferencia de pandemias anteriores, Sensei Covid se expande en forma de muerte y preguntas.

¿Es el capitalismo lo mejor que podemos hacer? ¿Cuánto queremos saber sobre cómo se sostiene? ¿Puede haber población sin ingresos? ¿Por qué hay sectores sin derechos laborales, a la salud, a la vivienda? ¿Cuándo fue acordado? ¿Cuánta responsabilidad sobre las últimas pandemias tiene la producción industrial de alimentos? ¿Cuánto tiene que ver con la crisis del medio ambiente? ¿Qué sentido social tiene el ser con otre? ¿Cómo recuperar formas de vida comunitaria? ¿Cuánto sirve al capital la división sexual del trabajo? ¿Cuánta contaminación es tolerable, cuánta extinción? Los ingresos del 20% más rico de la Argentina equivale al 50% de los ingresos totales, ¿vamos a trabajar para recuperar la economía con esa misma ecuación? Lo que se hace visible es la desigualdad distributiva, pero lo que no deja dormir es constatar que la vida en este sistema es inviable, la nuestra, la de otras especies animales y vegetales, llevadas al borde del colapso.

Escribo ahora, cuando todavía no murió nadie que conozca, con la certeza de que más de les que quisiéramos vamos a pasar por esa vivencia y que cualquier reconstrucción desde las ruinas tiene que dar espacio al duelo colectivo y no olvidar las preguntas que nos hacemos hoy, cuando la tristeza y la estupefacción no terminaron de instalarse. Las generaciones vivas no tenemos experiencias similares ni por tanto memorias que nos ayuden a actuar en una dirección más o menos precisa. Avanzamos a tientas, por un laberinto, en una noche sin luna.

La buena noticia es que si buena parte de lo que hizo que esta crisis sea más grave se revela como inconducente, podemos instalar las bases de un nuevo acuerdo político y social, con mayor distribución imaginativa para alcanzar cuotas de buen vivir y dignidad. Sensei Covid destapó la olla de amplios sectores sociales sin derechos laborales, que viven al día, con deudas que crecen, a quienes sus patronxs someten a la arbitrariedad —alguien ya dijo ingreso universal—; sin derecho a la vivienda, que viven a la intemperie o en lugares precarios o con alquileres abusivos que hoy no pueden pagar. El aislamiento es un privilegio.

La inmediatez ruidosa de las noticias se agolpa para borrar de nuestro espectro la densidad del tiempo. Esa voracidad es parte del consumo, tal vez nuestra primera identidad. Parecen lejanos los incendios del Amazonas con el fin de ganar tierras para el cultivo industrial y alimentar animales para el matadero. Parecen lejanos los incendios en Australia y la pérdida de diversidad. Parece lejano El corazón de las tinieblas, pero está cerca, a mano, en nuestros teléfonos y conectividad, en el coltán extraído con violencia. El consumismo, parte estructural del capitalismo, del neoliberalismo, necesita fuertes dosis de complicidad. Luzco mi complicidad en mi remera comprada en una tienda global, fabricada en uno de los llamados países del tercer mundo, por maquilas. Parecen lejanos los alimentos con veneno que como hoy.

El colonialismo neoliberal tiene una vigencia tan abrumadora que no hay rincón en el globo que no sea leído en términos de mercancía. Hace un siglo y medio un filósofo americano ya había adivinado el rumbo desastroso de todo esto. La crisis del coronavirus es una crisis especista del neoliberalismo: las granjas y criaderos industriales, los mataderos, la necroindustria de la alimentación y las enfermedades infecciosas que salen de esos mercados (la gripe aviar, la gripe porcina, el coronavirus), las masacres posteriores de miles de animales no humanos enfermos. Nuestro estilo de vida está sostenido en la explotación animal y el extractivismo en los países “en vías de desarrollo”. La agricultura familiar es hoy una de las formas de soberanía radical.

Sensei Covid enseña que el virus somos nosotres, o el capitalismo, o nosotres con el capitalismo. Y el capitalismo atrapa cualquier gesto de libertad y lo tritura o lo captura. Y sabemos que el 1% de la población mundial es “dueña” de la mitad del mundo, de sus bancos, de las empresas de producción industrial de alimentos, de la tierra. Esa ficción, que sostenemos voluntariamente, no deja de ser un acuerdo coyuntural, histórico y que necesita ser reescrito. Porque no tenemos solo un problema de distribución de la riqueza (aunque en este momento ese 1% nos esté diciendo “coman pasteles”), sino de cómo esa riqueza se genera, a costo de quiénes y para qué. Si fuéramos Edmund, el niño de Alemania año cero, ¿querríamos construir la misma ciudad que fue arrasada? Realmente seríamos zombies alienades si trabajamos después de la pandemia para restituir el orden mundial que nos trajo acá.

El virus circula y se desplaza como el mercado de consumo, como viajan los objetos que no necesitamos, como el dinero en bits de la especulación financiera. El virus viaja como el turismo, ese neo derecho del excedente que contamina todo a su paso. Al contrario del espíritu individualista que consume mundo, el creador del concepto de ciudadanía mundial nunca salió de su ciudad. Nuestra propia extinción es posible, pero sería deseable terminar de una vez con el capitalismo que nos mata antes.

No es cierto que este virus no es político: no es otra cosa, amigues. Tiene sentido pensar la Argentina, sí, cuidar nuestra aldea, pero como nunca antes las fronteras muestran su peso ficcional. El César de un antiguo imperio dice en una obra de teatro: el mal que hacen los hombres les sobrevive. La dependencia fundamental de unes con otres —en el reino de les vives— como condición para la vida está en la base de la comunidad global. Pero esa dependencia no es solo con nuestres coetánexs, la dependencia humana también se traza en el porvenir; así de extensa es la trama. Solo en la interiorización de una subjetividad capitalista podemos imaginarnos aislades individuos independientes y comernos la película de que somos libres.

La política es una forma instituyente de nuevas libertades, de nuevas formas del ser con otre, donde los derechos no sean bienes escasos sino invenciones comunes. De este lío grave como una tragedia podríamos salir con nuevas preguntas para nuevas realidades, con un programa político que tome como brújula los derechos humanos y se pregunte si el norte en realidad no fue siempre el sur.

*Escrito luego de conversaciones con Luciano Bonati Griffiths y lecturas de Donna Haraway, Norbert Elias, Judith Butler, Henry David Thoreau, Giorgio Colli, Hakim Bey y Virgilio.

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/la-pedagogia-de-la-crueldad/

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